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El Collell


VERDAD - JUSTICIA - REPARACION - RECONCILIACION
Apenas dos meses antes del final de la guerra civil española dos mil presos se hacinaban en la cárcel que el ejército republicano había instalado en el Monasterio de Santa María de Collell. Entre ellos se encontraban un buen número de miembros de la quinta columna de Barcelona y la mayoría de los prisioneros de guerra hechos en Teruel y Belchite. El día 29 de enero de 1939 unos quinientos de aquellos presos fueron concentrados en la azotea del Monasterio y allí se dio lectura a una lista de 50 hombres a quienes horas más tarde se anunciaría que iban a trabajar en la construcción de un campo de aviación en Bañolas. Ninguno lo creyó.

En la mañana del día siguiente esos 50 hombres fueron llamados al patio de la cárcel. Uno de ellos, José Mª Poblador, con las piernas llenas de “atroces forúnculos” e incapacitado para dar un solo paso, fue devuelto a la celda. Pero un hombre más había sido incorporado a esa fatídica lista: se trataba de Rafael Sánchez Mazas, carnet número 4 de Falange, por detrás de Ramiro Ledesma Ramos, José Antonio Primo de Rivera y Julio Ruiz de Alda, y tras la muerte de éstos el más antiguo miembro vivo del partido fascista español.

Los 50 hombres salieron a la carretera y avanzaron en 10 filas de 5 en fondo. Sánchez Mazas ocupaba el primer lugar de la derecha en la segunda fila. A unos 150 metros del Monasterio se les ordenó desviarse y penetrar por una estrecha vereda en el interior del bosque. Al llegar a una pequeña explanada una voz que salió de detrás de unos arbustos ordenó que dieran media vuelta a la izquierda. El grupo quedó compuesto entonces por 5 filas de 10 hombres cada una y, en ese momento, cuatro o cinco ametralladoras situadas tras aquellos mismos arbustos comenzaron a disparar al grupo. Lo que ocurrió después es de sobra conocido: Sánchez Mazas logró escapar y esconderse en el bosque. Allí lo descubrió un joven miliciano: lo encañonó con su fusil, lo miró a los ojos y lo dejó escapar con vida.

Esta historia era bien conocida por quienes de una forma u otra se habían acercado a la vida y obra de Sánchez Mazas (entre otros, claro está, por Andrés Trapiello, que ya la había contado en Las armas y las letras). Javier Cercas la conoció por boca del escritor Rafael Sánchez Ferlosio, uno de los hijos de Sánchez Mazas, en 1994, cuando aquél fue a Gerona a dar una serie de conferencias en la Universidad, y le sirvió de base para escribir Soldados de Salamina, el gran éxito de la literatura española de los últimos años. De esa novela David Trueba ha hecho una fantástica película, llena de emoción y sensibilidad, y muchas de las claves de esa novela y de esa película se hallan en el libro Diálogos de Salamina, que recoge, ordenadas y editadas por Luis Alegre, las conversaciones que Cercas y Trueba mantuvieron sobre aquella novela y su adaptación cinematográfica.

No todos han creído sin embargo la historia del fusilamiento de Sánchez Mazas. Entre ellos el escritor y periodista Gregorio Morán, que ya en 1982, en su libro Los españoles que dejaron de serlo, advertía que el fusilamiento de Sánchez Mazas no fue sino una leyenda “fabricada gracias a su imaginación y a la ayuda de algunos amigos tan imaginativos y cínicos como él”, entre ellos, y de forma destacada, Eugenio Montes. En un artículo reciente Morán ha precisado que la razón por la que Sánchez Mazas se inventó la historia de su fusilamiento en enero de 1939 se debió a que fue él mismo quien habría delatado a todos los miembros que conocía de la quinta columna barcelonesa, veinte de los cuales (entre ellos algunos significados jefes como Carlos Carranceja, José Ferrer y Juan Manuel de Benito) fueron fusilados en las costas de Garraf el 4 de abril de 1938. Debía lavar pues su mala conciencia de delator y tenía buen interés en que corriera la leyenda de que también él se había enfrentado a un pelotón de fusilamiento. Todo podría ser, pero en cualquier caso Gregorio Morán parece olvidar que “los amigos del bosque” que ayudaron y protegieron a Sánchez Mazas en su huida (Daniel Angelats, Joaquim Figueras y María Ferré) avalaron los hechos y participaron con su testimonio en la película de Trueba; que Pere Figueras, otro “amigo del bosque” ya fallecido, conservó toda su vida la libreta en la que Sánchez Mazas tomó notas de lo sucedido y que hoy está en poder de su hijo Jaume Figueras; y, sobre todo, que de ese fusilamiento hubo otro superviviente, el aragonés Jesús Pascual Aguilar, que contó todo lo sucedido en su libro Yo fui asesinado por los rojos, publicado en Barcelona en 1981, quince años después de la muerte de Sánchez Mazas y mucho antes de que éste alcanzara la popularidad de que hoy goza gracias, en parte, a la reedición que de algunas de sus obras hizo Andrés Trapiello y, sobre todo, a la publicación de Soldados de Salamina.

Fue David Trueba quien nos dijo a Félix Romeo y a mí que Jesús Pascual era aragonés. Nos pusimos inmediatamente a buscar el libro –muy raro, por tratarse de una pequeña edición de autor- y como ustedes habrán adivinado –no podría ser de otra manera- yo lo encontré primero. El libro, si hacemos abstracción de la ideología del autor, que la verdad no es esfuerzo pequeño, se lee con enorme interés, como una apasionante novela de aventuras.

Jesús Pascual Aguilar, nacido en Alcorisa pero descendiente de Molinos, cuna de todos sus antepasados “hasta donde alcanza la memoria familiar”, residía en Barcelona en 1936, aunque por intereses familiares había resuelto trasladar su residencia a Zaragoza. No pensaba instalarse en la capital aragonesa hasta mediados de septiembre y por ello había decidido pasar el verano en Molinos. Allí le sorprendió la sublevación el 18 de julio. Aunque no era todavía miembro de Falange, sí mostraba una decidida simpatía por el movimiento fascista español y había acudido -con intención de afiliarse, aunque unos incidentes lo impidieron- a una charla o mitin de José Antonio Primo de Rivera en la calle de Rosich de Barcelona. En cualquier caso conocía de memoria los 27 puntos programáticos de Falange Española y de las JONS y era suscriptor de la revista FE.

A finales de julio –y un poco antes de que regresaran a Molinos los republicanos que habían huido tras el golpe militar- huye del pueblo y se refugia en el monte. Decide volver cuando el comité constituido para gobernar el pueblo le asegura que va a respetar su vida. Así sucede en efecto, aunque le prohíben salir del pueblo. Son asesinados el cura (José Pinillos) y 18 derechistas más, casi todos amigos y parientes de Jesús Pascual (el hermano de su madre entre ellos y el hijo de éste). Trabaja durante ese tiempo en lo que le ordena el comité (inventariar las fincas del pueblo, limpiar las calles, trasladar a orillas del río los restos de la hoguera en que acababa de arder cuanto había en la iglesia…) hasta que a principios de noviembre unos amigos falangistas disfrazados de jerarcas republicanos consiguen sacarlo del pueblo y llevarlo a Barcelona. Uno de ellos es el abogado Enrique Mora, que habría de llegar a ser –por delegación de Luys Santa Marina, que estaba por entonces en la cárcel con dos sentencias de muerte- jefe de la Falange barcelonesa.

Una vez en Barcelona se afilia a la Falange clandestina –entonces dirigida por Francisco José Gutiérrez González, a quien Mora sustituiría- y comienza a trabajar en la quinta columna, que no fue nunca una sola organización sino un conjunto de grupos relacionados entre sí: “Socorro Blanco”, “ Luis de Ocharán” (del que formó parte el escritor Félix Ros), “Todos” (a cuyo frente se hallaba Paco Sáenz Iñigo, uno de los hombres más conocidos de la Falange barcelonesa) y otros dirigidos por Angel Martínez Robles, José María Matas Orriols ( que había pertenecido como la mayoría de su grupo a las juventudes de la Lliga de Cambó), Lorenzo Armillas García (antiguo miembro de Renovación Española), Fidel Osete Sanz (relacionado con estudiantes de Medicina, entre los que estaba Espriu, hermano del célebre poeta) o José Ferrer Recaséns. El grupo más numeroso, con más de mil miembros perfectamente controlados, respondía a las siglas J.M.B., iniciales del impresor Juan Manuel de Benito, jefe del mismo junto con el oficial de notarías José López Pastor. Una vez encarcelado Enrique Mora, Santa Marina delegó el mando de la Falange en un triunvirato formado por Carlos Carranceja, José López Pastor y el propio Jesús Pascual. Detenidos poco después los dos primeros (López Pastor con la lista de sus mil quintacolumnistas, de los que ochocientos fueron detenidos en menos de 72 horas), sólo el aragonés quedó en libertad para dirigir la Falange barcelonesa.

Perseguido por el S.I.M. y condenado a muerte en rebeldía, Pascual anduvo huido y escondido hasta que la tarde del 13 de agosto de 1938 fue detenido en casa de otro quintacolumnista, Francisco Fages, en la calle de Londres. Acababa de enterarse de que sesenta y tres de sus compañeros habían sido fusilados dos días antes en el Castillo de Montjuich. Fue llevado a la cheka de Vallmajor, oficialmente denominada “Preventorio D”, y allí estuvo hasta que el 24 de enero de 1939 fue trasladado al Monasterio de Santa María de Collell.

Seis días más tarde Jesús Pascual era uno de los cincuenta presos que caminaban hacia la muerte en aquellas diez filas de cinco en fondo. Detrás de Sánchez Mazas, Pascual ocupaba el segundo lugar de la derecha en la tercera fila. Cuando comenzaron los disparos y Pascual vio huir a Sánchez Mazas decidió seguirlo. Le vio resbalar y caer y le animó a levantarse y a seguir corriendo. Pascual ya no se detuvo ni volvió la cabeza en un buen trecho y pronto advirtió que se habían separado. Ya no volvió a verlo hasta algunos meses más tarde: para entonces Sánchez Mazas era ya ministro de Franco. El bosque en el que Pascual se internó era frondoso y parecía interminable. Pidió ayuda y cobijo en una de las masías que por allí había diseminadas. Le atendieron un hombre de unos sesenta años –Jaime Corominas- y su hijo, un joven de la edad de Pascual, que se apiadaron de él y le ofrecieron ropa y comida. A pesar de que se negaron a albergarle en la casa, acordaron con él que durante el día permanecería escondido en el bosque y que por la noche podría refugiarse en un pajar apartado de aquélla. Así estuvo hasta el 8 de febrero. Ese día Corominas le comunicó que las tropas de Franco habían llegado al Monasterio. El hijo le acompañó hasta allí y así terminó su extraordinaria aventura.

Pascual explica en su libro que Sánchez Mazas y él pudieron salvarse de las balas por ocupar en el grupo los lugares más propicios para ello. No se podía huir por su espalda, pues allí estaban las ametralladoras; ni por la izquierda, que conducía a la vereda por la que habían llegado y ésta a su vez a la carretera atestada de carabineros; ni tampoco por el frente, donde había “unas quebraduras del terreno que lo hacían inaccesible. Sólo por la derecha, donde nosotros estábamos, cabía intentarlo. Todo se reducía a salvar los cuatro o cinco metros que nos separaban del espeso bosque. Tampoco las primeras ráfagas de fuego podían alcanzarnos. Sánchez Mazas tenía tres presos a su espalda. Yo, sólo dos. Eran suficientes para resguardarnos unos instantes”. Esos instantes que fueron decisivos para salvar las vidas de Rafael Sánchez Mazas y Jesús Pascual Aguilar.

José Luis Melero Rivas




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